El hueso vivo está sometido constantemente a un proceso continuo de formación-resorción.
Este proceso tiene lugar de forma equilibrada bajo unas condiciones mecánicas que podríamos llamar “ideales”. Si las solicitaciones mecánicas reales son superiores o inferiores a las ideales, aumenta o disminuye la formación ósea, hasta un techo máximo en que aparece una resorción patológica de hueso.
Esto explica hechos tan frecuentes en la práctica diaria como que el tamaño del hueso de una pierna paralizada sea inferior al de una pierna sana, que después de la inmovilización de una fractura el hueso pierda masa ósea, o que el húmero de un tenista esté más desarrollado en la extremidad que soporta la raqueta que en la contralateral.
En una persona joven, el desarrollo óseo excede su resorcion y por lo tanto se promueve el crecimiento del hueso; en una persona adulta, cuando ya se han cerrado los discos epifisiarios, tiene lugar un equilibrio entre el desarrollo y la resorcion de tal manera que es posible mantener un grosor estable en los huesos.
El hueso está sometido constantemente a fuerzas de flexión, que generan fuerzas de compresión en un lado de éste y fuerzas de tracción en el lado opuesto. Estas fuerzas tienden a equilibrarse por la acción muscular. Si se rompe este equilibrio, en el lado sometido a compresión aparece una mayor formación de hueso, mientras que en el lado sometido a tracción existe una mayor resorción.
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